Te´lajel ya skuxlel: ja sbelal te´skóplal te´xkuxinelej

By Rodrigo Barraza García | July 24, 2019 | The Americas | Freedom from Violence & Exploitation, Gender Equity, Youth Empowerment

Nota del editor: Este post fue coescrito por Diego López Aguilar y por Rodrigo Barraza, del Fondo Mundial para la Niñez. También está disponible en inglés. El título significa “De la muerte a la vida: el camino de mi historia” en tzeltal, el idioma nativo de Diego.

Mi nombre es Diego López Aguilar. Tengo 25 años y vivo en una comunidad que se llama Chilojá, en los Altos de Chiapas. Hablo la lengua indígena tzeltal. Soy el mayor de tres hermanos. Todos hombres.

Mi mamá murió cuando yo tenía seis años. Hasta la fecha es uno de los recuerdos más dolorosos de mi vida. Me duele porque ya casi no me acuerdo de ella. Antes me acordaba un poquito pero ahora todo está borroso. Ya casi no me acuerdo de su cara. Solía soñar con ella pero ya no. Pero sé que todavía me está cuidando. Donde quiera que esté.

Después de la muerte de mi mamá mi papá se casó de nuevo. Su nueva esposa nos odiaba a mí y a mis hermanitos. Siendo muy pequeños nos obligaba a levantarnos muy temprano y a caminar varios kilómetros para traer el agua, moler el maíz… y si no lo hacíamos, no podíamos comer. Mi papá también me pegaba y me insultaba. Me sentía solo, sin familia. Extrañaba mucho a mi mamá. Siempre estaba llorando.

Una vez mi papá me pegó tan fuerte que mejor huí y me fui a vivir con mis abuelos. Siento que mi vida comenzó ahí. Fue como nacer de nuevo. Tenía siete  años de edad.

Le debo todo a mis abuelos, ellos me enseñaron a trabajar la tierra, a amar a mi familia, a sentirme orgulloso de mi cultura y de quien soy.

Mi abuelo quería que me quedara en la comunidad y aprendiera a sembrar la tierra y a cultivar mis alimentos, pero también me dijo: Diego, tienes que estudiar, solo así vas a poder traer cosas buenas a tu familia y a tu comunidad. Si estudias vas a ser libre. La escuela es para eso: para que sepas quién eres y sueñes lo que quieres ser.

Diego y su abuelo en la Asamblea Anual de la Coalición Indígena de Migrantes de Chiapas.

Yo quería trabajar en otro lado. Quería migrar para ayudar a mi familia pero mi abuelo no me dejó. Él siempre me decía que lo más importante era estar juntos como familia, y apoyarnos los unos a los otros. Lo poco que tenemos es para la familia, me decía. Él me enseñó a sembrar maíz, fríjol, a cultivar café. Mi abuela también me enseñó mucho. Me enseñó que ser un hombre es cuidar de tu familia, ser honesto y respetar a las mujeres. Aquí todos somos iguales y trabajamos igual Diego, que no se te olvide, mi abuela solía decirme.

Cuando cumplí 18 años, me escapé y me fui a la ciudad de San Cristóbal de las Casas para trabajar en un bar. Ganaba muy poco dinero y tenía que trabajar muchas horas, hasta la madrugada. Estaba triste, sentía que había decepcionado a mi familia. Una vez unos hombres me golpearon y se llevaron todo mu dinero, y entonces recordé las palabras de mi abuelo, Vuelve a dónde perteneces Diego. Regresé a mi comunidad y volví a nacer. Al estar con los míos.

La abuela y la tía de Diego participando en un taller comunitario.

Un día mientras estaba trabajando en el campo con mi familia, un amigo se me acercó y me invitó a estudiar la Universidad en San Cristóbal de las Casas. Me dijo que estaban dando becas para estudiantes indígenas. Que él me podía ayudar. Al principio le dije que no. Tenía miedo porque tenía que irme de nuevo a la ciudad y no sabía hablar español. Pero mi abuelo y mi familia insistieron. Así que los dejé de nuevo.  Pero esta vez era diferente, porque sabía que me iba por ellos.

El primer año fue muy difícil, pero mis maestros me trataron muy bien, me dejaron expresarme en mi idioma y me animaron a seguir adelante. Una vez estuve a punto de abandonar la escuela, pero una maestra me detuvo y me dijo Diego, las personas siempre toman decisiones o por miedo o por amor. Tienes que estar seguro de que es el amor y no el miedo el que guía tus decisiones. Y me decidí a continuar, por mi familia, para que se sintieran orgullosos de mí.

Diego en un reciente taller sobre género y masculinidades, auspiciado por GFC. Los participantes reflexionaron sobre aquella persona que les enseñó a ser hombres, y después identificaron dos actitudes que quisieran cultivar y dos que quisieran cambiar para ser mejores hombres.

En los años siguientes aprendí mucho, ahora ya puedo comunicarme en español también. Aprendí nuevas formas de sembrar y cuidar las plantas. Y conocí organizaciones increíbles que lucha por el Lekil Kuxlejal, la vida buena de las familias y comunidades indígenas. Como la Coalición Indígena de Migrantes de Chiapas (CIMICH).

Otra vez, renací. Su trabajo me inspiró y quería formar parte de su grupo.

Me dijeron que, para participar en la CIMICH, tienes que organizarte con tu familia y tu comunidad y poner en marcha proyectos de economía social, como huertos urbanos o apicultura. Además, tenía que capacitarme en temas como derechos humanos, migración y género. Somos una familia, y todos nos apoyamos, me dijeron. Como mi abuelo.

He sido parte del Consejo Directivo de la CIMICH desde hace 3 años ya. Y a veces me cuesta creer todo lo que he logrado.

Al principio, la gente de mi comunidad se burlaba de mí, me decían que solamente estaba perdiendo el tiempo. Pero, como siempre, mi familia creyó en mí. Nuestro grupo se llama “Familia Aguilar” y ahora criamos conejos, hacemos abonos orgánicos, vendemos café. Permanecemos juntos.

Ahora he comenzado a trabajar con un grupo de niños y niñas de mi comunidad. Pintamos, bailamos, hacemos obras de teatro y nos apoyamos en nuestros sueños. Y con mis compañeros de la CIMICH, hemos comenzado un proceso para reflexionar críticamente sobre nuestro machismo y para construir masculinidades sanas.

Y esa es una de las cosas que más me gusta compartir con los niños. Que existen otras formas de ser un hombre. Que también podemos llorar, abrazarnos, pedir ayuda y expresar nuestros sentimientos. Que tenemos privilegios que le causan dolor a otras personas y que no podemos ser libres si nos limitamos a nosotros mismos o si limitamos a otras personas únicamente por su sexo.

Muchas veces me he muerto. Y he renacido cada vez. Gracias al apoyo de mi familia, a las palabras de esperanza de mis amigos, maestros y compañeros. Nunca me dejaron renunciar a mi sueño. Siempre hubo alguien que me dijera que valía la pena soñar.

Y ahora eso es lo que quiero. El poder decirle a más y más niños y jóvenes que vale la pena soñar, y que no tienen que soñar solos. Somos una familia, y todos nos apoyamos. Como me decía mi abuelo. Espero que esté orgulloso de mí.

 


 

La Coalición Indígena de Migrantes de Chiapas (CIMICH) se constituyó legalmente como Asociación Civil en septiembre de 2013. La Coalición es un paso importante para las comunidades indígenas de Chiapas en sus procesos para construir una buena vida y dignificar la migración en sus territorios. Actualmente está conformada por 25 grupos localizados en municipios de los Altos de Chiapas. Aproximadamente 250 personas participan.

En 2019, alrededor de 25 niños y jóvenes de diferentes comunidades de Chiapas comenzaron un proceso para identificar la violencia sexista en sus vidas y generar nuevas prácticas de apoyo y confianza entre hombres. El próximo paso será el capacitar a promotores de masculinidades sanas al interior de sus familias y comunidades.

La CIMICH trabaja como organización hermana y aliado comunitario de Voces Mesoamericanas Acción con Pueblos Migrantes A.C., socio mexicano del Fondo Mundial para la Niñez, quién forma parte de nuestra iniciativa de protección de niñas y adolescentes migrantes.

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