Education, Gender justice, Safety and wellbeing, Youth power

La ludopedagogía como herramienta para transformar el mundo


By Rodrigo Barraza García

¿Por qué jugamos? El Oficial de Programas Rodrigo Barraza explora la ludopegagogía como un acercamiento invaluable para el cambio social.

A menudo los adultos solemos pensar que jugar es perder el tiempo. Jugar es cosa de niños, nos decimos.  ¿Quién tiene tiempo para esas tonterías?

Vivimos creyendo que jugar es un permiso que se nos da cuando somos pequeños y, conforme vamos creciendo, nos resignamos a que inevitablemente llegará el momento de “ponernos serios”. El juego es, para muchos, incompatible con el mundo adulto. Y ese es un grave error.

Aquellos que trabajamos de cerca con niñas, niños y jóvenes, recurrimos a múltiples juegos y dinámicas como una manera de “romper el hielo”. Sin perder nuestra mirada adultocéntrica, pensamos que el juego ayuda únicamente a que la gente “se ría” y “se relaje” para que las cosas que “en realidad importan” sean comprendidas con mayor facilidad. Jugar sigue siendo un medio, una transición, un tiempo muerto.

Pero… ¿Qué pasa si miramos más allá y  entendemos el juego como un camino para construir conocimiento y buscar soluciones a problemas compartidos desde la recuperación  y valoración de las emociones y la afectividad?

Esa es precisamente la apuesta de la ludopedagogía, una herramienta crítica y transformadora de la que me enamoré hace casi 10 años y que me acompaña siempre en mi trabajo.

[image_caption caption=”Mujeres jóvenes de Guatemala usan el juego para aprender sobre migración y derechos humanos en Tapachula, Chiapas, México. © Global Fund for Children” float=””]

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Pero… ¿Qué pasa si miramos más allá y entendemos el juego como un camino para construir conocimiento y buscar soluciones a problemas compartidos desde la recuperación  y valoración de las emociones y la afectividad?

Esa es precisamente la apuesta de la ludopedagogía, una herramienta crítica y transformadora de la que me enamoré hace casi 10 años y que me acompaña siempre en mi trabajo.

Inspirada en la metodología de la Educación Popular desarrollada en Brasil por Paulo Freire, la ludopedagogía es un proceso en constante construcción y reinvención. Es una apuesta política basada en el encuentro de tres territorios: el juego, el descubrimiento y la construcción colectiva del conocimiento.

La ludopedagogía nos confronta y nos dice: el juego nunca es un medio, es siempre un fin. En palabras del Colectivo Uruguayo de Ludopegagogía La Mancha: “el juego nos permite cuestionar lo obvio, arriesgar lo cierto, interpelar lo establecido.”

Como proceso socioeducativo, desde la ludopedagogía el juego se nos presenta un espacio de aprendizaje que nos permite apropiarnos de la realidad creativamente, para que esta realidad sea sentida, pensada, criticada y transformada en colectivo.

Como metodología, la ludopegagogía comienza (y termina) en nuestros cuerpos. Transformando nuestros cuerpos, moviéndolos de maneras distintas, cuidándolos y conectándolos con otros cuerpos, construimos sensaciones que nos permiten mirar la realidad con otros ojos y ensayar otras posibilidades de relacionamiento con las y los demás. Nos permite construir un espacio afectivo.

Jugar con y desde el cuerpo, además, nos permite reconocer y estar en contacto con nuestros miedos (al ridículo, a fallar, a ser observado) y, al mismo tiempo, nos hace una invitación cuidadosa para intentar superarlos.

El jugar nos permite tocar, imaginar, probar, experimentar, conocer, desobedecer, transformar, crear nuevos lenguajes. Todo desde la alegría, el disfrute, el placer, el arte. Jugando transformamos, y nos transformamos.

Aunque una de las premisas más importantes del juego es la libertad, surgen varias preguntas: ¿cómo sacar el máximo provecho al juego? ¿cómo entender que jugar no es solo un acting, un momento corto que al final se diluye en nuestro cotidiano? ¿cómo incorporar el juego a nuestro trabajo de fortalecimiento de organizaciones sociales y empoderamiento de niñas, niños y jóvenes?

En mi experiencia, a menudo se confunden los juegos (las dinámicas, las técnicas, las actividades concretas) con el jugar (ese otro mundo de posibilidades infinitas que nos atraviesa en colectivo) por lo que en muchos talleres o procesos solo la pasas bien y eso es todo. Tres consejos para sortear estos peligros y verdaderamente jugar para transformar, son:

  1. Partir de las experiencias personales

Aprender no es memorizar conceptos, o partir de situaciones abstractas, alejadas de las personas.  Por el contrario, aprender implica entender cómo y de qué maneras la realidad afecta nuestra vida cotidiana.

Jugar, en ese sentido, tiene una doble utilidad: nos recuerda historias, momentos, situaciones, emociones que hemos experimentado y que nos son familiares: la risa, el recuerdo de momentos que nos enorgullecen o nos avergüenzan, el “volver a ser niños”. Pero, al mismo tiempo, el juego inaugura nuevas experiencias sobre las cuáles podemos reflexionar y aprender.

Presentémonos, saludémonos, toquémonos abracémonos. Así debe iniciar cualquier espacio de juego. Juguemos para reconocer quienes somos y así reconocernos en los demás. Celebrando la diversidad y, al mismo tiempo, encontrando espacios en común que construyan un sentimiento de colectividad

Partir de la experiencia personal al comenzar a jugar permite que la gente se implique e identifique con los temas a tratar. Que “ponga el cuerpo”. El contar nuestras historias nos permite, además, reconocernos en las y los otros, identificando aquellas injusticias que compartimos y que nos provocan dolor y enojo. Al mismo tiempo, nos damos cuenta que juntas y juntos podemos hacer algo para cambiar lo que nos duele. Ese es el primer paso para comprender el mundo. Y transformarlo.

[image_caption caption=”Niños aprenden sobre género y masculinidades a través del juego en San Cristóbal, Chiapas, México. © Global Fund for Children” float=””]

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  1. Instalar y amplificar una realidad lúdica

Jugar inaugura un espacio y un tiempo diferentes, porque jugando dejamos atrás toda nuestra matriz (cognitiva, cultural, sensitiva). Jugando salimos del cotidiano y nos adentramos a una nueva y desconocida dimensión. Por eso debemos trabajar siempre en espacios amplios, que podamos tapizar con nuevas ideas, sonidos y creaciones.

En el momento de jugar todo debe parecer posible. Es el espacio ideal para la creación: de sonidos, de ideas, de objetos, de personalidades.  Jugando manipulamos y transformamos lo real.

Esa ruptura de la lógica tradicional cotidiana es lo que se conoce como “realidad lúdica”. Cada jugador o jugadora debe decidir por sí mismo si juega o no, y hasta dónde quiere adentrarse en esta realidad lúdica. Es imposible obligar a alguien a jugar. Sólo podemos seducirlos, provocarlos, invitarlos a sentirse incómodos. Y cuidar y agradecer esa incomodidad.

En la realidad lúdica, el pasado, el presente y el futuro de las personas coexisten, y se tocan. La realidad lúdica es el plano del caos y la incertidumbre y, por ende, de la creación y la imaginación. Por lo general, se recurre a tres tipos de juegos para instalar esta realidad lúdica:

a) Aquellos que permiten el movimiento, el dinamismo, la sensación de vértigo. Juegos que construyen una energía colectiva propicia para la invención y el afecto. Pasarnos la energía, inventar sonidos, actuar como animales. Salir de nosotros para entrar en los demás.

b) Juegos que buscan romper con el ridículo y la vergüenza. Que nos permiten recuperar nuestro derecho a fallar y nos permiten darnos cuenta que somos mucho más y podemos hacer mucho más de lo que pensamos o de lo que nos obligan a creer. Actuar, cantar, bailar… intentar algo nuevo para sentirnos vivos.

c) Juegos de introspección, de un ejercicio político de la memoria que nos recuerdan quienes somos y de dónde venimos y nos invitan a escribir nuestra propia historia. Cerrar los ojos, recordar sensaciones, invocar a los ancestros. Honrar nuestra memoria viva.

[image_caption caption=”Jugando con globos con el socio de GFC Jóvenes por el Cambio en San Marcos, Guatemala. © Global Fund for Children” float=””]

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El facilitador cuida que existan ritmo entre estos juegos para que las sensaciones sean genuinas y espontáneas, manteniendo una energía adecuada. Más importante aún, el facilitador acompaña a las y los participantes para que se sientan cuidados. Reconoce su valentía y les recuerda que no están solos.

Como facilitadores, debemos hacer todo lo posible para que este momento “artificial”, este laboratorio del juego se extienda lo más posible y comience a ganar espacios en la vida cotidiana. Dejando tareas, propiciando nuevos encuentros, recordándoles a las y los participantes que jugar es un acto político de reinvención del mundo.

  1. Investigar y evaluar

Después de sumergirnos en la realidad lúdica, debemos ser capaces de tomar distancia y reflexionar sobre lo ocurrido. Desde la facilitación se realizan dos tipos de evaluación:

La evaluación “en caliente”, en la que se reconstruyen todos los juegos y propuestas realizadas, recuperando todas las emociones, reflexiones e ideas que han ido surgiendo. El objetivo principal es construir una memoria grupal en dónde los miedos, nervios, risas, tensiones y alegrías se traduzcan en una mirada crítica hacia la realidad que nos interpele en lo individual y lo colectivo. La pregunta que debe guiar siempre esta evaluación es: ¿de qué se dieron cuenta? Así, el juego se conecta con la realidad.

Unos días después, es necesario que las y los facilitadores se reúnan para poner en común sus impresiones sobre la energía grupal que se generó y las posibles oportunidades de mejora. Llamamos a este proceso la “evaluación estratégica”.

Reflexionamos personal y colectivamente en relación a nuestro papel, cómo lo vivimos, qué queremos trabajar más, cómo generar sinergia en el equipo, qué necesitamos cada una del grupo o grupos con los que trabajamos. Identificamos nuestros errores, no para juzgarnos o clasificarlos desde una lógica de “mal o bien”, sino como potenciadores de nuestro compromiso con el cambio social.

Lo principal es atreverse a jugar, perder el miedo. Invitar a jugar, jugando. Y yo agradezco todos los días que las organizaciones socias de GFC, aun trabajando en contextos llenos de violencia, injusticia y desigualdad, se atreven a apostar por el juego como herramienta de transformación social y de recuperación de nuestra humanidad colectiva.

¿Y tú?

¿Quieres jugar?

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