Nota del editor: Esta publicación también está disponible en inglés.
Vivimos tiempos complicados, no cabe duda. Justo ahora, cuando comenzábamos a recuperar un cierto grado de normalidad después de dos años llenos de miedo e incertidumbre, resurgen viejos fantasmas que confrontan nuestra humanidad.
La guerra se ha instalado nuevamente. El autoritarismo y la polarización han fracturado nuestras comunidades. Las desigualdades profundizadas por la pandemia parecen casi imposibles de revertir.
Sin embargo, todavía hay esperanzas. Ante el dolor, son muchos los esfuerzos que apuestan por la vida, el encuentro y la solidaridad. Muchxs, nos negamos a aceptar esta realidad impuesta y estamxs seguros que un mundo más justo, incluyente y digno es posible.
Y no hablo solamente de ideales o buenas intenciones. Hablo de acciones concretas que se llevan a cabo todos los días para transformar el poder.
El sector filantrópico es un gran ejemplo de ello. Cada vez más, los donantes internacionales apuestan por construir relaciones basadas en la confianza y la transparencia. Desde GFC, estamos convencidos de que podemos seguir influyendo para que otras fundaciones y organizaciones adopten esquemas de financiamiento flexibles y multianuales orientados al bienestar comunitario.
Todos los días compruebo, con mucho entusiasmo, cómo cada vez más donantes están dispuestos a unirse a este movimiento para transformar el poder –primero, reconociendo los desequilibrios de poder en la cooperación internacional para, posteriormente, comprometerse con prácticas más equilibradas y horizontales al servicio de objetivos comunes.
A medida que los donantes comenzamos a ajustar nuestros sistemas, esquemas de financiamiento y mecanismos de rendición de cuentas, nos damos cuenta que es posible “operativizar” valores humanos profundos, como la confianza y la justicia. Es decir, que podemos transformar estos valores en prácticas cotidianas y específicas que se vuelven parte de nuestra cultura organizacional. Y esto es sumamente poderoso.
Pero… ¿es suficiente?
Siendo fieles al principio de “soñar radicalmente” tan arraigado en GFC, creo que aún es posible ir un paso más allá.
Ahora que palabras como “confianza”, “transparencia” y “responsabilidad compartida” comienzan a incorporarse al diccionario de la filantropía, propongo incluir una palabra más, sencilla, pero poderosa: la bondad.
¿Y cómo podemos hacer esto? Recordando que las organizaciones están compuestas por seres humanos que merecen ser vistos, escuchados y reconocidos todo el tiempo.
Y son las acciones cotidianas las que cuentan. Esas que muchas veces no aparecen en nuestros manuales de operaciones o teorías del cambio.
Así es como lo hacemos:
La bondad requiere de practica y disciplina. De trabajo e introspección constantes. Es como tocar un instrumento. Algo que se debe practicar todo el tiempo.
En GFC, sabemos que la bondad es un valor y al mismo tiempo, una responsabilidad. Nos esforzamos todos los días por hacer de la bondad una práctica que atraviesa todo nuestro trabajo, incluso las acciones más pequeñas.
Sigamos trabajando a muchos niveles. Transformemos sistemas, ideas y políticas que promueven el miedo y la desesperanza. Pero, al mismo tiempo, acerquémonos y apoyemos a nuestros semejantes, nuestros colaboradores, nuestros vecinos.
Esforcémonos por construir comunidad, una persona a la vez. Ayudémonos a sanar. Sostengámonos y elevémonos mutuamente en estos momentos oscuros.
El mundo necesita de nuestra bondad.
Primera foto: Una niña sonriendo para la cámara en Chiapas, México. © GFC
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