Justicia de género

¡Se trata de cambiar actitudes! Medir la equidad de género de maneras creativas


Por Rodrigo Barraza García

Nota del editor: De enero a marzo de 2019, los oficiales de programa Vanessa Stevens y Rodrigo Barraza están realizando una serie de capacitaciones con socios de GFC en Guatemala, México y los EE. UU. para hablar sobre Importancia de la incorporación de la perspectiva de género y el autocuidado en la vida institucional de las organizaciones. Estas capacitaciones son parte de la Iniciativa para Niñas Adolescentes Migrantes de GFC y Fundación NoVo.

No cabe duda de que el género es uno de los conceptos sociales más complejos que existen en la actualidad. Esto se debe a que, además de cruzarse con otros elementos como la raza, la clase social o el contexto cultural, el género es también una práctica cotidiana que pone un velo sobre la manera en que miramos la realidad. La manera en que nos relacionamos con los demás. La manera en que vivimos.

Por eso, transformar el compromiso con la equidad de género en prácticas, iniciativas y proyectos significativos y sostenibles es una tarea titánica.

Arriba: Entrenamiento de boxeo en San Marcos, Guatemala, como parte de los talleres sobre Género, Migración y Deporte impartidos por Jóvenes por el Cambio, socio de GFC. © Fondo Mundial para la Infancia

Afortunadamente, cada vez hay más organizaciones dispuestas a hacer el esfuerzo, a ir más allá.

Sin embargo, ciertos malentendidos limitan nuestra capacidad de entender (y medir) lo que significa incorporar una perspectiva de género en nuestra cultura institucional. En otras palabras, ver el género como una estrategia para hacer que las preocupaciones y experiencias de las mujeres (y de los hombres) sean una dimensión integral del diseño, la implementación, el seguimiento y la evaluación de políticas y programas en todas las esferas políticas, económicas y sociales, de modo que todas las personas puedan beneficiarse por igual y no se perpetúe la desigualdad.

Para superar esto, debemos ser conscientes de los principales mitos sobre el género y las iniciativas centradas en el género:

  1. El género es igual a las mujeres. Aunque es políticamente correcto decir que las desigualdades de género nos afectan a todos, en realidad la gran mayoría de los esfuerzos se centran exclusivamente en las mujeres. Es lógico (y justo) pensar en las mujeres como las principales protagonistas. Históricamente, ellas han sido uno de los grupos más excluidos y oprimidos como resultado de los roles y estereotipos de género tradicionales. Pero si dejamos de lado a otros actores sociales, en particular los hombres, no sólo tenemos un abordaje incompleto, sino que corremos el riesgo de activar nuevas violencias y represalias sociales contra las mujeres. El género no es una esencia, es una relación social. El género no es una esencia, es una relación social.
  2. La equidad de género es algo que se aprende. La educación es una de las armas más eficaces que tenemos contra la desigualdad de género. Cada vez más personas saben que hay que erradicarla, lo que es un gran triunfo. Pero una cosa es saber que algo causa sufrimiento y otra muy distinta es cambiar nuestras propias actitudes que promueven y naturalizan la desigualdad. Necesitamos traducir el conocimiento en acción a gran escala y en nuestra vida diaria. Ahí es donde se produce el cambio social. La equidad de género significa promover cambios reales en nuestras actividades y actitudes diarias.
  3. La equidad de género es un resultado. No me malinterpreten… el impacto de los proyectos e iniciativas con enfoque de género necesita ser medido. Pero la equidad de género no es una actividad o un resultado que simplemente se agrega a nuestras intervenciones sociales. Por el contrario, debe ser una brújula que esté presente desde el inicio del diseño de un proyecto. Es una fuerza impulsora y empoderadora de la justicia social compuesta de esfuerzos articulados. La incorporación de la perspectiva de género es un proceso dinámico y continuo para promover el cambio social e individual que debe integrarse en todas nuestras actividades organizativas y de desarrollo.  
  4. La equidad de género significa borrar nuestras diferencias. Uno de los mantras más comunes en las formaciones de género es que, si queremos ser equitativos en materia de género, no deberíamos ver diferencias entre nosotros. Pero hay diferencias. Y no pasa nada. El problema es cuando automáticamente pensamos que hablar de diferencia significa hablar de desigualdad. Esa es la “trampa de género”. Trabajar por promover la equidad de género implica reconocer y dar lugar a la diferencia (y a los diferentes). La equidad de género necesita ser un coro de múltiples voces que dialoguen en igualdad de condiciones. Todos siendo diferentes. Y todos teniendo derechos. La equidad de género significa enriquecernos frente a la diferencia. Y, desde el diálogo, cuestionar nuestras propias actitudes y valores. Significa respetar y honrar tu cultura y al mismo tiempo cambiar lo que se deba cambiar. La equidad de género construye raíces y rompe ciclos.

Entonces… ¿cómo podemos identificar estos mitos en nuestro trabajo diario y protegernos de los fracasos y frustraciones inesperadas que nos pueden traer?

No existe una receta mágica, pero, a partir de mi experiencia trabajando con varias organizaciones que se esfuerzan mucho por poner en práctica la igualdad de género, he aprendido algunos trucos:

1. Trabajar con la comunidad y escucharla.

Con demasiada frecuencia esperamos hasta la implementación de un proyecto para involucrar realmente a la comunidad. Somos los “expertos” y por lo tanto sabemos cuál es el problema, pero por supuesto necesitamos algo de “ayuda” de los beneficiarios para que las cosas se pongan en marcha. Ahora es el momento de enfrentarnos a este paradigma. Primero, necesitamos escuchar, abrir los ojos. A todo y a todos. Tenemos que crear ideas colectivas a través del diálogo. Incluso a través del conflicto. Cuando intentas conocer realmente un lugar antes de intervenir en él, te das cuenta de que, por ejemplo, las mujeres sufren violencia cotidiana pero también tienen diferentes estrategias para resistir y organizarse. Que son agentes y no víctimas. Y que un proyecto nunca empieza desde cero. Por lo tanto, la mejor manera de empezar a crear productos y resultados (y no solo ponerlos en acción) es siempre con y para la gente.

2. Centrarse en los impactos y las actitudes.

Es hora de dejar de pensar que una iniciativa de desarrollo es sólo una serie de actividades alineadas a un objetivo común. Es hora de enfrentar la idea de que más es mejor y que las personas pueden reducirse a métricas o estadísticas. Por supuesto, los métodos cuantitativos son importantes. Son cruciales para saber si una actividad está funcionando, si las personas se sienten motivadas con el proyecto. Pero en las iniciativas con enfoque de género son inútiles a menos que los combinemos con indicadores de impacto. No estamos simplemente monitoreando el aprendizaje. No estamos simplemente monitoreando las actividades o los resultados. También estamos monitoreando el cambio. Y eso significa enfocarnos en las personas, en cómo están cambiando su forma de relacionarse con otras personas. En cómo están participando y comprometiéndose en sus propias familias y comunidades. En cómo las niñas y mujeres de todo el mundo están creando, bailando y organizándose para luchar y enfrentar la violencia y la intolerancia. Y podemos caminar con ellas en este viaje.

Arriba: Mujeres jóvenes trabajando como voluntarias en Jóvenes por el Cambio, San Marcos, Guatemala. © Fondo Mundial para la Infancia
3. Recopila historias.

Una de las formas más eficaces e inspiradoras de medir el cambio social es a través de la narración de historias. De esta manera, reconocemos que el cambio siempre ocurre de adentro hacia afuera. Más importante aún, le decimos a las personas con las que trabajamos: su historia es importante y usted tiene el poder de escribirla usted mismo. El poder de cambiarla. Pero no se trata solo de cambio. La narración de historias también es un proceso continuo que nos ayuda a capturar la complejidad del género en la vida real, crear conexiones emocionales y empoderar a las personas. Es a la vez un indicador y una herramienta de comunicación que comparte información y emociones al mismo tiempo.

4. Crear, promover y medir redes.

Al apoyar las redes, se pueden amplificar los esfuerzos y abrir nuevos canales de comunicación entre organizaciones e individuos. Se pueden promover intercambios de aprendizaje y dar cabida a nuevas ideas. Se puede unir a personas y organizaciones y crear inspiración. Pero también se necesita rendición de cuentas. Una red necesita tener cierto grado de coherencia para alcanzar objetivos claros y mensurables. Por ello, es necesario trabajar bajo el principio de “flexibilidad responsable”, creando indicadores centrados en el género capaces de medir los éxitos pero también los esfuerzos, los diálogos y las interacciones. Y es necesario proporcionar plataformas para que se produzcan estos intercambios.

5. Y, por último… ¡sé creativo!

La gente está cansada del mismo lenguaje técnico, los mismos objetivos, las mismas estrategias una y otra vez. Ahora casi todo el mundo en las instituciones y organizaciones de desarrollo sabe (y habla) sobre género. Pero poco ha cambiado.

Tenemos que ser valientes, enfrentarnos a nuestras propias ideas. Tenemos que estar abiertos al cambio en todos los niveles. Tenemos que entender plenamente que el cambio social tarda décadas en producirse. Pero se pueden ver mejoras todos los días. Incluso en las cosas pequeñas. Y tenemos que aprender a reconocer nuestras pequeñas victorias del día a día.

Medir el impacto de nuestro trabajo con enfoque de género nos permite dejar de trabajar en automático, respirar profundo y decir “esto no está funcionando” y “podemos hacerlo mejor”. Nos permite respetar nuestro trabajo y salir de un estado de emergencia permanente, para observar verdaderamente lo que sucede a nuestro alrededor y a la gente que tenemos a nuestro lado. Esa es la belleza de medir la equidad de género.

 

Foto de encabezado: Taller de género con jóvenes indígenas en Quetzaltenango, Guatemala, en colaboración con el socio de GFC, Colectivo Vida Digna. © Fondo Mundial para la Infancia

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