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Seguridad y bienestar
Seguridad y bienestar
¿Cuántas personas integran la caravana? ¿A dónde van? ¿Se quedarán en México? ¿Cruzarán a Estados Unidos? ¿Qué quieren? ¿Quién los organiza?
Preguntas y más preguntas…
Preguntas que alimentan los miedos. Preguntas que se tiran al viento. Preguntas que nos hacemos aunque sepamos de antemano las respuestas (o al menos eso es lo que creemos). Preguntas que mantienen la distancia.
Una marea humana. Más de siete mil personas. Muchos de ellos niños y mujeres jóvenes. Caminando. Simplemente caminando. Caminando para sobrevivir. Escapando.
Y sólo vemos números. Y olvidamos los nombres, los rostros, las historias… Sólo queremos hacer preguntas. Y luego miramos hacia otro lado.
Pero… ¿y si escucháramos? ¿Qué oiríamos?
Quizás escuchemos la historia de Ariana*, una mujer de 24 años que nos cuenta:
“Salimos de San Pedro Sula en Honduras hace 5 días. Hemos caminado hasta 8 horas seguidas. Hacemos paradas de 4 horas y luego continuamos.
Vine con mi padre y el esposo de una tía. Unas personas me ofrecieron llevarme en la ciudad de Guatemala. Mi padre me dijo que fuera porque la caminata estaba siendo muy dura. Desde ayer no sé nada de él, espero encontrarlo de nuevo, porque si no, no sé qué voy a hacer.
Salí de casa con 200 lempiras y ya me gasté todo el dinero. En Honduras no encuentro trabajo. Estudié sólo hasta sexto grado. Vivo con mi padre, que es albañil, mis nueve hermanos y mi madre, que vende tortillas.
La vida en Honduras es muy difícil, es muy duro ver a mis hermanos diciéndole a mi mamá que tienen hambre y escuchar como ella les dice que no tiene nada.
Tengo un hijo, se llama Alex* y tiene 3 años. Yo no lo traje, mi mamá se quedó cuidándolo.
No estoy casada. Quedé embarazada porque unos pandilleros me violaron.
Mi hijo nació con epilepsia y le recetaron unas pastillas que debe tomar de por vida. El tratamiento cuesta unos 5.000 lempiras al mes (US$ 1,4 millones). No tengo forma de pagar ese dinero.
Por eso vine en la caravana, porque no dejaré que mi hijo muera”.
O tal vez si escuchamos, podemos escuchar la historia de Yaneli*, una niña de 10 años que comparte:
“Estamos aquí porque en Honduras no tenemos nada. Los mareros quemaron nuestra casa y se llevaron a mi hermano. Entonces, me voy a Estados Unidos con mi mamá.
Quiero ser ilustradora porque me encanta dibujar. Me siento cansada y tengo sed. Pero mi mamá me dice que debemos seguir caminando”.
Más de siete mil personas. Podrían haberse quedado. Podrían haberse dado por vencidos. Pero deciden seguir caminando.
Y si nos acercamos, podemos ver a la gente haciendo grandes esfuerzos para recibir y proteger la caravana. Podremos presenciar y conocer el trabajo del Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova, Voces Mesoamericanas Acción con Pueblos Migrantes e Iniciativas para el Desarrollo Humano.
Estos tres socios de GFC están haciendo todo lo posible para acompañar y crear espacios de hospitalidad (incluso en la carretera) para estos caminantes. No solo cuando hay una caravana, sino todos los días. Brindando asistencia legal y humanitaria, monitoreando las violaciones de derechos humanos e implementando estrategias de incidencia a lo largo de la frontera.
Están realizando el acto más revolucionario y humano: escuchar.
Y luego actúan. No por lástima ni por caridad, sino por empatía.
Por favor ayúdanos a escuchar un poco más.
*Los nombres han sido cambiados. Las fotografías fueron tomadas en la ciudad fronteriza de Tapachula, México, antes de la caravana.