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Las prácticas de evaluación tradicionales son extractivas. La filantropía puede transferir el poder a las comunidades mediante una evaluación más equitativa.
En el sector de la filantropía, los crecientes esfuerzos por transferir el poder a las comunidades a menudo parecen estar en contradicción con las prácticas basadas en evidencia que evalúan la eficacia de los programas que apoyan los financiadores. Los enfoques tradicionales de seguimiento, evaluación y aprendizaje (MEL) pueden presionar a los beneficiarios a centrarse en resultados fácilmente mensurables a expensas de trabajar en pos de un cambio social a largo plazo.
En un Artículo reciente de Stanford Social Innovation ReviewPor ejemplo, Mona Mourshed describió la obsesión por medir el número de beneficiarios atendidos (una medida común en el MEL tradicional) como una “plaga de monomanía métrica”. Esas mediciones, que pueden ser rígidas y extractivas, a menudo ignoran la profundidad de los problemas sociales que un programa pretende abordar.
Un número cada vez mayor de financiadores buscan evaluar el impacto que su trabajo tiene en los beneficiarios y las comunidades sin depender únicamente de los métodos MEL tradicionales.